Paleta, pincel y espátula: estos eran los instrumentos de los artistas hasta la llegada de las vanguardias. En la Antigüedad se utilizaban conchas marinas, cuencos de madera o tazas agrietadas; y hoy, muchos emplean herramientas digitales que permiten agilizar el trabajo o crear piezas híbridas capaces de desafíar cánones, confrontarnos con nuestros deseos y problematizar la realidad.
Dedo, teclado y trackpad: la máquina obedece a la sensibilidad humana. No piensa, ni siente. El ordenador disimula generando líneas y más líneas de código que discurren al compás de nuestra voluntad. El resultado es fabuloso: el píxel imita al pigmento, el carácter, a la letra. La impresión estética es original y sincera; y nuestra emoción desde el otro lado de la pantalla, real.
Ahora que asistimos a la evolución trepidante de la IA —algunos hablan ya de IAnsiedad—, pensémosla como lo que es: una herramienta nueva para seguir creando piezas extraordinarias que apunten y aspiren a mover los corazones de las personas. El arte, la expresión y la creatividad, en su infinidad de formas y contenidos no son más que el mensaje de una persona a otra. La máquina no sustituye, simplemente se acopla, moldea y potencia una señal entre emisor-receptor cargada de emoción; que a veces entretiene, otras divierte y algunas, nos hace pensar.
Lejos de asustarnos, este es el momento de disfrutar como niños explorando sus posibilidades y comprendiendo sus límites, dispuestos a exprimir todo su jugo para poder avanzar hacia un futuro donde estemos más conectados, sí, pero sobre todo, más unidos entre nosotros.
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